
Estoy sentada, en silencio, asimilando un paso importante que di. Me siento liberada, en paz… y con la certeza de que hice algo bueno. No desde el orgullo, sino desde la conciencia.
Porque cuando una se va, también se mira hacia atrás. Y duele reconocer que aquello que se permitió nunca debió normalizarse. Pero no desde el juicio, sino desde el aprendizaje.
Durante mucho tiempo permanecí en un sistema en el que confié. Un espacio al que entré con buena fe, creyendo que cumpliría lo que prometía. Con el paso de los meses, algo dejó de hacer sentido. No era comodidad, no era miedo: eran señales. Red flags que se acumulan, sensaciones que no se van, silencios que pesan.
Tardé un año en decidir salir. No porque no supiera, sino porque a veces salir implica ignorar prejuicios, soportar miradas, comentarios pasivo-agresivos, y romper con la expectativa de “aguantar” para no ser señalada como exagerada, conflictiva o problemática.
Elegí poner un límite.
Elegí no recibir llamadas.
Elegí no escuchar justificaciones que quienes las emiten saben, en el fondo, que no sostienen.
Y ahí entendí algo muy importante:
Hay que tener mucho cuidado con los sistemas de autoridad, control y administración. Porque todavía existen espacios donde operan patrones manipuladores, y cuando detectan que vienes de un entorno donde esos patrones fueron normalizados, harán todo lo posible para que permanezcas ahí.
Cuando una se libera de un sistema así, automáticamente otros se desenmascaran. Porque los patrones de abuso, minimización y silenciamiento se repiten en distintos ámbitos: políticos, judiciales, administrativos, sociales, educativos. Cambian los nombres, no las dinámicas.
Desvalorizar, minimizar y quitar la voz a personas que están pagando por un servicio, o a personas que están desempeñando un oficio, un roll, es algo que nadie debería atravesar. Y sin embargo pasa. Más de lo que creemos.
Mi salida fue respetuosa, clara y educada. Expresé mis inconformidades. Aun así, vinieron intentos de “enmendar”, no desde la autocrítica real, sino desde el miedo a la mala impresión. Y eso, lejos de tranquilizar, confirmó lo que ya sentía.
No escribo para desprestigiar. No señalo sectores ni personas. No relato hechos. Hablo desde la impotencia y la frustración de no poder opinar libremente, de no poder expresarte sin miedo a represalias, de sentir que tu voz incomoda cuando debería ser escuchada.
Vincularte a un sistema así no es sencillo. Y es aún más delicado cuando al hacerlo expones a quienes amas. Por eso deseo, de corazón, no volver a atravesar una experiencia así.
Ojalá nadie tenga que soportar situaciones por miedo al qué dirán. Ojalá nadie tenga que tolerar atropellos por prejuicios sociales. Ojalá recordemos que exigir respeto no es exagerar.
Esto me reafirma en mi misión: seguir trabajando por el empoderamiento, la autoestima y el amor propio. Porque cuando una persona se reconoce valiosa, ya no se queda donde no la escuchan.
Algo está pasando en nuestra sociedad. No puede ser que tantas personas callen, aun sabiendo que algo no está bien. No puede ser que se normalice el abuso solo porque “ellos saben más”, “ellos tienen más”, “ellos pueden más”.
Ya no estamos en esa época. México ya no puede estar en esa época.
Y yo, hoy, cierro este capítulo con conciencia, coherencia y la firme decisión de no volver a ignorar lo que mi intuición ya sabía.
#SoySoloMar #MarDeSanaciones #Conciencia #NoNormalizar #PonerLímites #AmorPropio #Autoestima #EmpoderamientoConsciente #SanarTambiénEsIrte #EscucharLaIntuición #NombrarLoQueDuele #Liberarte #CerrarCiclos #Coherencia #MiVozImporta #DespertarColectivo #Empatía #AmorYMagiaDeMar
Deja un comentario