Aprendí algo importante en el camino: no todo sufrimiento necesita ser rescatado.

Hay dolores que no nos corresponden cargar, procesos que no nos toca interrumpir y lecciones que cada alma necesita atravesar a su propio ritmo.
Ayudar sin ser pedido, desde la prisa o desde el ego, no siempre es amor; a veces es intromisión y otras, miedo a ver al otro caer sin poder hacer nada. Cada persona tiene su propia noche oscura, su propia copa que necesita vaciar hasta el fondo para poder reconocer, con humildad, que necesita ayuda.
Cuando alguien sufre profundamente, mira la vida a través de su herida y desde ahí es difícil escuchar, confiar o recibir, no porque sea una mala persona sino porque el dolor nubla la percepción.
En el camino también aprendí a cuidar mi energía, a no entrar en batallas que no son mías, a no cargar historias ajenas que terminan drenándome y alejándome de mi centro. Hoy sé que el verdadero acompañamiento no se impone, se ofrece cuando es solicitado, y solo puede nacer de un corazón que primero se ha ocupado de sí mismo.
Por eso sigo mi camino en silencio, sanando lo que me toca y aprendiendo mis propias lecciones, sabiendo que si algún día alguien me pide ayuda desde la apertura y la conciencia, ahí estaré, no para salvar, sino para acompañar.
Porque no vine a cargar con el dolor del mundo, vine a vivir en verdad, y desde ahí, si se me llama, compartir lo que soy.
Con amor y conciencia,
Soy Solo Mar

Deja un comentario